La Historia silenciada de la mujer en la Independencia
Americana
Edgar
Montiel. UNESCO.
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Agradezco muy cumplidamente la invitación a intervenir en
este 1er Congreso Internacional “Las mujeres en los Procesos
de Independencia de América Latina”. Deseo desarrollar mi
intervención en tres partes. En la primera, trataré de
ubicar el concepto de Independencia dentro de los principios
que conforman la modernidad política. ¿Cómo es que surge la
noción de Independencia nacional? En la segunda, me
preguntaré de qué modo ese movimiento social y de ideas que
constituyó la modernidad recoge o no la participación de las
mujeres en la historia. Si las tiene en cuenta, ¿cómo lo
hace? Y en la tercera, me interrogaré sobre el ¿por qué es
importante en nuestra época incorporar y visibilizar a las
mujeres en el relato histórico?
I
Hay que tener presente que el concepto de Independencia
de las naciones, forma parte de un grupo de ideas que
emergen en pleno siglo XVI. Surgen debido a ese fenómeno
crucial, ese parteaguas, que fue la Conquista de las
Américas. Ese siglo de descubrimientos y conquista
genera interrogaciones sobre la unicidad o no del mundo, si
existe o no una humanidad, si lo hombres y las
mujeres son iguales o equivalentes. La
aparición de América suscita una revolución epistémica que
obliga a redefinir la carta del mundo, los nuevos
espacios geográficos con naturaleza desconocida,
con una nueva humanidad a descubrir. La presencia de
América moldea el renacimiento y hace que Europa salga de la
gnosis medieval y camine hacia un tiempo de cambios, eso que
luego se llamará la Modernidad.
En este periodo destacan dos preocupaciones centrales. La
primera, la interrogación sobre la unicidad o no del
género Humano. Sobre si ¿los individuos de
América son Hombres, personas, homúnculos, o son
semovientes? Sobre ¿cómo definir los seres que viven en ese
continente? Este debate es crucial, pues de él nacerá la
respuesta para llegar a eso que hemos llamado los
Derechos Humanos. El otro concepto central se refiere a
la Soberanía. ¿A quién pertenecen esos territorios?
¿A quién obedecen estas personas? ¿Si esos hombres se
administran solos o hay que administrarlos a través de
Príncipes o autoridades encomendadas para tal fin? Es decir
todo lo que refiere a los principios que definen la
Soberanía del Pueblo y la Soberanía Política.
Estos conceptos emergentes prepararan el terreno para
instituir dos siglos después un tercer concepto clave: la
Independencia. Se habla ya de Independencia de las
naciones porque en esos territorios se han configurado
colectividades humanas, construido sociedades con un apego a
la tierra, una cultura compartida, una adhesión a la
naturaleza, un intenso proceso de mestizaje, un sentido de
pertenencia tanto entre los peninsulares, autóctonos y
“españoles americanos”, que luego se llamarían solamente
americanos.
Estos tres conceptos resultan claves para interpretar el
movimiento productivo y socio-cultural que conduce a la
Independencia Nacional. Hay que tener presente que en
este largo proceso las Américas no estuvieron solas. El
primer movimiento de independencia se inició en los países
bajos - Holanda, Flandes, Bélgica - que habían sido también
conquistados por la España de Carlos V. Estos principados,
ciudades estados fueron los que estructuraron la primera
resistencia contra la conquista y el avasallamiento. Hay
figuras protagónicas, como el caso de Hugo Grotius, un
tratadista político y pensador estratégico, que pensó y
escribió los primeros tratados sobre “libertad de los
mares”, “el derecho de gentes” y la “autonomía”
de estos pequeños Estados.
En sus argumentos Hugo Grotius se apoyó en experiencias
referidas a la conquista de América expuestas en el Debate
de Valladolid (1550), donde se discutió sobre la naturaleza
humana y el derecho natural de los seres de América. Se
basó, también, en los trabajos de la Escuela de Salamanca y
en particular de los argumentos precursores de Francisco de
Vitoria, de manera muy específica en los Relectio de
indios que impartió Vitoria en 1539. Tanto los
argumentos del Debate de Valladolid como los conceptos
desarrollados antes por la Escuela de Salamanca fueron
tomados como referencias de autoridad por Hugo Grotius para
fundamentar jurídicamente lo que sería la primera ola
Independentista. Hay que precisar que estas provincias
lograron su independencia y se quedaron como Principados
autónomos, pero no fundaron Republicas, como sí se haría dos
siglos después en las Américas. Esta es la mayor diferencia
entre estos dos movimientos independentistas.
II
En esta segunda parte conviene interrogarse si en el
discurso que se cristaliza en el Siglo de las Luces se
rescata el papel de la mujer como Sujeto Histórico,
sea en Europa o en América. La pregunta es válida. Los
historiadores del siglo XVI y XVII hablan mucho de los
indios y poco de las indias, al igual cuando se
trata del esclavo y de la esclava. La opresión
social se personifica sólo en el varón. La modernidad no
rectifica esta ausencia, sino que la prosigue. En la
historia antigua, la mujer aparece levemente perfilada por
el relato histórico. Hay figuras como Plutarco que
hablan bien de las mujeres, pero son casos excepcionales.
Pero por lo general, los libros antiguos, los libros
sagrados, no hablan bien de la mujer. La simbología
religiosa que atravesó los tiempos de
Cristo-Hombre-Esposo y de la Iglesia-Mujer-Esposa
está presente en la Biblia desde el Génesis “mujeres, sean
sumisas a sus maridos, como al Señor”, (San Pablo 5:22).
En el siglo XVII con la instalación de la modernidad tampoco
se genera un cambio significativo en el que se comience a
hablar bien o que ellas tomen la palabra. En la historia de
ese siglo la mujer indígena aparece avasallada, sometida.
Hay referencias al cuerpo femenino donde el
conquistador no respeta fronteras. Es una sumisión de las
mujeres convertidas en concubinas, mancebas, sirvientas. Hay
mucha curiosidad y exotismo y muy poco sobre la lucha
cotidiana, su rol económico y social, su papel en la familia
y la educación (en voz baja se hablaba del oro secreto
que representaba el cuerpo de las mujeres).
En textos emblemáticos del siglo XVIII, como el Emilio
de Rousseau, queda claro que se trata de la educación de los
niños y no de las niñas a quienes se trata de transmitir
saberes y conocimientos. Este siglo XVIII, que se presenta
como un siglo preocupado por el perfeccionamiento humano, no
se inicia una reivindicación clara de la mujer. Hay por
cierto avances significativos, las mujeres de estas décadas
escriben, animan salones, se movilizan. Hay personalidades
como, Olimpia de Gouges, que propone la Declaración de
los Derechos de la Mujer y lo presenta a la Convención
para ser aprobadas por la Revolución Francesa, sin éxito (ya
la “Declaración de derechos del hombre y del ciudadano”,
había escogido la opción por los varones). Hay también
figuras como Madame de Graffigny, Mary Wollstonecraft y una
pléyade de escritoras, novelistas, pensadoras que se
esfuerzan por convertir a la mujer en sujetos históricos.
III
Resulta evidente que el poderoso movimiento social y
económico por la independencia de las colonias y por la
Libertad ciudadana en las metrópolis constituyeron,
interrelacionados, un mismo proceso mundial, un dómino
complejo sólo explicable si se toma en cuenta tres fuerzas
que a veces se presentan desconectadas en las lecturas
convencionales:
a.
El despegue de las fuerzas productivas en el
siglo XVIII, especialmente en la región nor-este de
Norteamérica, y el surgimiento de nuevos actores sociales,
como eran las burguesías de la metrópoli y de las colonias,
que exigían con rotundidad “libertad de los mares, libertad
de comercio”, condición para proseguir su desarrollo.
b.
El papel del Poder Estatal, tanto de las metrópolis
como de las colonias que tuvo un gran peso en el rejuego de
las decisiones y estrategias, como fueron: las Casas Reales
de España, Francia e Inglaterra.
c.
La participación activa, social y productiva, de
fuerzas sociales resistentes a la dominación colonial –
como eran los esclavos negros, los pueblos indígenas, las
poblaciones mestizas y las mujeres trabajadoras -, que
deben ser valoradas por su acción como categorías
sociales y como individuos (no únicamente como
“héroes” o “heroínas”).
Esta diversidad de intereses, que dieron lugar tanto a
coincidencias como a confrontaciones, configuraron el
escenario económico y político del ciclo de la
Independencia y la Libertad, que encuentra su periodo
culminantes entre 1776, con la Declaración de Independencia
de los Estados Unidos, y 1824, con la Batalla de Ayacucho,
donde se derrota a España y se libera a Suramérica. Este
periodo incluye otros grandes acontecimientos, muy
relacionados entre sí, como la Revolución francesa (1789),
la revolución abolicionista e independentista de Haití
(1804), la abolición definitiva de la trata negrera en
Inglaterra (1806), y la ocupación napoleónica de España
(1808), que por reacción daría lugar a las Cortes de Cádiz y
a la reactivación de los movimientos independentistas de
Buenos Aires, Santiago de Chile, México, Quito, Cuzco, la
independencia de Venezuela (1812).
En cada una de estas movilizaciones hubo una participación
activa de fuerzas productivas y fuerzas sociales. En este
contexto hay que entender las acciones de las mujeres como
sujeto colectivo, el papel de las heroínas y de las
hijas de la libertad incursionando por primera vez en la
realidad colonial, evadiendo el confinamiento domestico,
tratando de abrir una brecha para acceder al espacio
público, a la “incidencia política”.
A semejanza del Nuevo Humanismo defendido por Las Casas en
el siglo XVI, con las gestas independentistas que arrancan
desde 1750 emerge otra revolución de orden no sólo
político-social, sino epistemológica: ¿qué representó
para las Instituciones Políticas, el Derecho Internacional,
la Historia de las naciones, el proceso de Independencia de
los americanos? Este era un concepto tan de vanguardia que
los enciclopedistas no lo incluyeron en las entradas de sus
célebres volúmenes. Si revisamos la acepción
correspondiente, podemos encontrar tres o cuatro nociones de
independencia: la independencia del hijo frente a su padre,
del esclavo frente al amo, pero ninguna se refiere a la
dimensión política y colectiva de las nuevas naciones. La
gestación de estos conceptos se genera en la realidad
histórica americana, son procesos socio-históricos. Se
forjan a partir de ideas vecinas como separatismo,
disolución de obligaciones con la metrópoli, absolución de
cargas, después emancipación. Y hasta que se
plebiscitó el termino Independencia. Gracias e este
concepto, se generó la revolución global del orden colonial
instaurado por las potencias europeas, pues sirvió luego a
otros continentes como África, Asia o Europa central y sirve
hoy de referencia a procesos de independencia o “autonomía”
en diversas regiones del mundo (los escoceses, los
catalanes, los flamencos, los kurdos, los Chechenos, etc).
IV
Si bien es cierto que la construcción de los Estados
soberanos tanto en el norte como en el sur se consolidó, en
materia de libertad integral y de inclusión entre las
personas no ocurrió lo mismo. Los indígenas de la Pampa
argentina, de la Patagonia chilena, de los Andes peruanos,
del Chaco paraguayo, de la Sierra mexicana, de la Amazonia
brasileña, de la Selva venezolana, fueron el blanco de
persecución, explotación, y desagregación de sus
comunidades, instalándose un proceso de colonización
interna que no ha concluido en nuestros días.
Para muchas mujeres, las luchas e ideales independentistas
representaron una oportunidad propicia para desplegar sus
habilidades y destrezas, que eran negadas por la estructura
colonial dominante. Además se despertó en ellas los
sentimientos por una igualdad entre los géneros y el inicio
de su participación política. A diferencia del Norte, donde
tuvieron una participación activa y poco visualizada, en el
sur se conoció el rol protagónico que tuvieron las mujeres
en diferentes frentes. Este sector ignorado por la historia
oficial, fue clave en diversas posiciones, por ejemplo:
negociadoras políticas, mediadoras de conflictos,
comandantes y dirigentes de batallas, combatientes (por lo
general disfrazadas de hombres), consejeras intelectuales,
estrategas políticas y militares, espías, mensajeras,
propagandistas, y también en roles tradicionales pero muy
necesarios como, cocineras, lavanderas y enfermeras.
En el primer movimiento emancipador en Sudamérica liderado
por José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, en primera línea
estuvo su esposa, Micaela Bastidas. Ella aconsejó a Túpac
Amaru, en una carta reveladora de su aguda visión
estratégica, la toma del Cusco, lo que hubiera representado
un golpe clave al ejército español. Siguieron otras
heroínas, como Tomasa Tito, cacica de Arcos y Acomayo,
Micaela Castro, la jefa de los batallones indígenas y esposa
de Julián Túpac Catari; Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, “la
Virreina”, entre otras. Todas tuvieron una muerte cruel por
parte del ejército español.
Otras, como la célebre Manuelita Sáenz Aispuru, sufrieron la
incomprensión de entonces por encarnar todo lo que la
sociedad negaba a las mujeres de su época: independencia
frente al dominio masculino, destreza política, inteligencia
vivaz, capacidad de mando. Participó en las acciones de la
independencia activamente, contribuyendo financieramente y
luchando en los campos de batalla, como en Ayacucho, acción
por la cual recibió el grado de Coronela del Ejército
libertador.
En Norteamérica, la Independencia representó para muchas de
ellas el inicio de ese largo recorrido por la igualdad de
género. La situación de las mujeres era de dependencia casi
total de su entorno masculino inmediato, no les estaba
permitido tener propiedades, establecer contrato alguno o
recibir la misma educación que el hombre. Esto se refleja en
una carta del 7 de mayo de 1776 de Abigail Adams a su esposo
John Adams, quien fue Presidente de la Republica:
“No es posible decir que yo crea que tú eres muy generoso
con las mujeres, pues mientras proclamas la paz y buena
fortuna para los hombres, al liberar todas las naciones,
sigues insistiendo en que los hombres mantengan un poder
absoluto sobre sus esposas”.
Reclamo que se parece mucho al que hizo Manuelita Sáenz a
Bolívar: “me ves siempre como una mujer”, una manera de
decirle que la veía siempre de acuerdo a los estereotipos
dominantes. Estas líneas revelan la flagrante contradicción
de los protagonistas de la Independencia: lucharon para
liberar a sus naciones de un poder foráneo pero no lo
hicieron de igual modo para liberar a sus mujeres, sus
esclavos, sus sirvientes.
Así como Manuela Sáenz, se moviliza en todo el continente
una generación de mujeres proteicas comprometidas a fondo
con la causa de la independencia: Gertrudis Bocanegra,
Xaviera Carrera, Manuela Cañizales, Gregoria Batállanos,
Juana Azurduy, Sor Joana Angélica, María Quintería, María
Felipa de Oliveira, María Josefa Ortega, María del Carmen
Castillo, María Dolores Beltrán, María Ignacia Rodríguez, y
miles de mujeres anónimas de los mal llamados “sectores
subalternos”.
V
Deliberadamente se silencia el aporte de más mujeres a las
construcciones de las naciones, sean mujeres de sectores
populares o ilustrados. En nuestra América se vienen dando
hoy los primeros pasos para destacar el rol fundamental que
las mujeres intelectuales han jugado en todo el
proceso de modernización de nuestros países, desde la
ciencia, la educación, la literatura, la economía, y la
política. Por mucho tiempo han predominado los “próceres de
la Independencia” u otros personajes afines, se han
publicado sus vidas, y algunos cuentan con estatuas
conmemorativas en las principales plazas o avenidas de
nuestras capitales. Los libros de historia han presentado
sus biografías, fotografías y sus aportes, tanto de
militares y políticos como de inventores y artistas,
produciendo una falacia de énfasis: la idea errónea
de que los hombres fueron los únicos forjadores de las
republicas que hoy tenemos.
El relato histórico no ha rescatado el aporte de las mujeres
en la construcción de la Nación, más bien ha dominado el
paradigma patriarcal que las ubica en un rol secundario,
supeditado a una comprensión parcializada de la historia en
la cual las mujeres simplemente no aparecen. Sin embargo
ellas estuvieron allí presentes, actuando en distintos
espacios y roles, de los cuales no hay mayor investigación y
relación.
Esta historia positivista es lineal y se centra en un
personaje y en un lugar. La narración tiene
por protagonista al Presidente o al Héroe, el escenario
usual es el Palacio de Gobierno o un campo de batalla. El
relato viene pautado por cada cuatrienio o quinquenio de
gobierno. Así, la “historia” no registra los movimientos
sociales, los conflictos económicos, o el desarrollo técnico
o cultural, ignorándose no sólo a las mujeres, sino también
a la mayoría de los indígenas o afro-descendientes, también
la lucha de los pobres por la sobrevivencia, o la
contribución de los intelectuales hombres y mujeres –
como categoría social – a la construcción de la república.
Los hacedores del relato y el imaginario nacionales son
silenciados, están fuera de esa “Historia” escrita por
historiadores que no son conscientes de su incidencia en
el imaginario colectivo.
Desde el punto de vista educativo, esto genera un serio
problema: que las niñas y las jóvenes latinoamericanas no
cuenten con modelos históricos que sirvan de referencia para
estimular la consciencia del rol histórico de las mujeres.
Por ello este Congreso Internacional constituye un avance
importante para ir sacando a la luz esos casos ejemplares de
mujeres que con su vida y obra dejaron su impronta en la
construcción de nuestras sociedades.
Este esfuerzo de restitución de la mujer en la
Historia es una lucha de largo aliento. No aparecen en el
relato de las grandes gestas, movimientos o revoluciones
sociales. Así como no se habla mucho de ellas en la
Independencia, se habla poco de su participación en la
Revolución mexicana, guatemalteca o cubana, se desconoce su
participación de la Reforma Universitaria de Córdoba, en las
luchas contra las dictaduras de la región en las últimas
décadas. No es una tendencia reciente ni tampoco reservada a
América Latina. Es universal y de muy larga data. Recordemos
que casi todos los Libros Sagrados hablan mal de la mujer.
Es una estructura mental sedimentada en hombres y mujeres a
lo largo de muchos siglos. Aristóteles no es ajeno a esto
(“el hombre libre dirige al esclavo como el esposo a la
mujer”) y tampoco las religiones monoteístas vigentes.
VI
Pero hay una ausencia mayor cuando se trata de hablar del
silenciamiento de las mujeres en la historia de la
Independencia: el aporte vital de la mujer en pleno
siglo de la conquista al nacimiento masivo de ese género
humano nuevo llamado los mezclados (Montaigne), los
mestizos, nacidos y crecidos en circunstancias de
conflicto, opresión y despojo como de unión, acercamiento y
fusión humana. En ese siglo XVI fundador se gesta los rasgos
identitarios de ese ser humano que poblará en adelante el
continente, es cuando como mancebas, madres de indianos,
parejas sexuales, hijas mestizas, establecen los primeros
vínculos sociales, la construcción de complejos lazos
societales, la organización embrionaria de la sociedad
naciente.
Estudiar esta etapa es crucial para entender la evolución
posterior de las nuevas sociedades indo-criollas, base
social de las futuras naciones, que en su camino encontraran
en el programa de Independencia el horizonte de autonomía y
desarrollo como pueblos organizados. Uno de los libros
pioneros en este campo es Las mujeres en la construcción
de las sociedades iberoamericanas coordinado por Pilar
Gonzalbo Aizpuro y Berta Ares Queija (2004).
No hay que tener una percepción adánica de nuestra
historia. América no comienza en 1492. En ese año se inicia
el conflicto colectivo; comienza la gran mutación, el
enfrentamiento y la resistencia, la asimilación y la
transculturación, el proceso permanente de creación y
recreación.
En este siglo nacen algunas características que atraviesan
el tiempo, y aún las vemos hoy. Si nosotros estamos aquí, es
porque nuestros ancestros han tenido una capacidad de
adaptabilidad, estrategias de sobrevivencia, y esto es
válido tanto para el que viene de fuera como para los
originarios. Se ha instalado una tradición de resistencia
que viene desde ese siglo, y se ve hoy en nuestras
expresiones, en la música, en nuestras comidas, en la
literatura, en nuestro temperamento, en nuestro carácter:
una capacidad de escoger, depurar o disimular, a lo
que José Lezama Lima ha llamado una capacidad de
contraconquista (la expresión americana.
Veamos. Cuando al indio le enseñaron a pintar de acuerdo con
las pautas del Renacimiento, y a dibujar las figuras con
perspectiva, aprendió, y al principio se dijo que era
ingenuo, que era “copista”, pero luego le fue
incorporando sus propios elementos creativos, dando lugar a
una escuela propia, como fue la escuela cuzqueña y quiteña.
En cincuenta años los americanos construyeron en catedrales
y palacios más de los que Europa había producido en tres
siglos. Y el arquitecto que hizo Teotihuacán acabó haciendo
la Catedral de México, y los que levantaron la Catedral del
Cuzco habían sido los constructores de Sacsahuamán.
Analicemos, en el campo femenino el fenómeno de la
contraconquista. Es sumamente interesante lo que Lezama Lima
deja sugerir: el conquistador llegó al Caribe, pero al final
la mujer arahuaca o la taína conquistó al conquistador, le
hizo probar su comida, y le enseñó a comer el aguacate, los
ananás y las prodigiosas frutas y pescados, y le hizo
descubrir tanto, que al final la humanidad, la naturaleza,
venció al prejuicio diferenciador. A eso le llama “maneras
del saboreo”. Puede ser, como dice Jorge Amado, que el siglo
XVI fue una especie de “inmenso lecho”. En él nació el nuevo
concepto de humanidad, como ha sido esa celebración carnal
que es el mestizaje masivo, que tanto preocupo el Virrey
Toledo. Mestizaje que no esconde la violación o la
violencia, pero muestra como fue el parto de esa humanidad
naciente, ese pequeño género humano del que habló después
Bolívar.
En nosotros, en nuestro acervo cultural, tenemos, pues,
destrucción y capacidad asimilativa, capacidad síntesis y
contraconquista, resistencia y recreación. De todo esto está
compuesta la dinámica creadora de América.
Nos enseñaron a hablar latín, y a los pocos tiempos los
indios y mestizos iban hasta Madrid a litigar en esa lengua.
Nos enseñaron a cantar y a tocar instrumentos europeos, y en
Paraguay todo el mundo aprendió el arpa con una maestría que
llega hasta nuestros días; en el mundo andino se aprendió el
violín y la guitarra, y acabaron tocando esos instrumentos
mejor que quienes nos enseñaron. Nos enseñaron a escribir
español, y acabamos ganando más Premios Nobel. Nos enseñaron
a pintar, y acabamos teniendo, a la vuelta de los siglos,
una escuela de pintura esplendida con grandes figuras, una
escuela de arquitectura. Es decir, lo que mejor ha producido
el hombre americano. Ése ha sido nuestro proceso de
apropiación y recreación. Todo esto es ejercicio de
contraconquista.
El mestizaje es el primer signo de la modernidad. Es cuando
se vencen prejuicios, cuando la tradición medieval se
fractura y se pasa a otra gnosis y practicas: la relación
entre hombres y mujeres diferentes. Y nosotros somos
cosmopolitas porque a la matriz americana – y hablo casi en
términos maternales -, a lo que nos dio la América por su
tierra, su geografía, su cultura y su gente, se sumó la
cultura que viene de Europa: la tradición ibérica, la
tradición latina, la tradición helénica, y la que nos
aportan África y el mundo árabe. Siguiendo la lógica de la
contraconquista, podemos decir que nosotros tenemos
muchos abuelos, o mejor dicho muchas abuelas, pues son las
mujeres las que reproducen más fielmente la cultura de
generación en generación. Nuestra abuela india, pero también
nuestra abuela española, nuestra abuela negra, nuestra
abuela árabe, nuestra abuela latina, nuestra abuela
Renacimiento. Hemos sido amamantados por todo eso. Somos
crisol.
VII
Finalmente, como aparecen las mujeres en este proceso de
independencia, cuando aparecen. Ya ha mediados del siglo
XVIII hay movimientos de Rebelión, el mayor en 1780
encabezado por José Gabriel Túpac Amaru, secundado por su
esposa Micaela Bastidas. Pero esta también, la “revolución
de los comuneros” en Colombia, con una intensa participación
de la mujer. Al igual en Venezuela, y de manera particular
en las islas del Caribe. En Haití las mujeres protagonizan
con los hombres la mayor revuelta anti esclavista de las
Antillas, revolución triunfante que llevara en 1804 a una
doble victoria: la abolición de la esclavitud y la
Independencia de Haití. Caso único en la historia de la
Humanidad.
En todo este movimiento independentista, la mujeres
asumen diferentes roles. Además de los roles de apoyo
en las casas, de lavado de ropa y alimentación, intervienen
en las propias Guerras. Inicialmente como enfermeras,
soldados, como apoyo estratégico, como consejeras. De modo
que hay también una participación militar, que hay que
rescatar. Se conoce más la labor de difusión en los espacios
de sociabilidad, es decir los Salones, donde se
transmiten las ideas nuevas: la independencia
nacional, las constituciones, la democracia,
la participación, la soberanía popular, el
espacio público, la Republica, todo este movimiento de ideas
viene transmitido por figuras femeninas destacadas en
México, Cuba, Argentina, Chile.
Pero no habría que fijarse solamente en las contribuciones
de las mujeres como activistas, o en actividades
paramilitares o militares (en este rol fueron mayoritarios
los hombres). Habría que subrayar otro aspecto: ver a la
mujer como categoría social, como sujeto
histórico. Porque hay aquí también una debilidad de
enfoque historiográfico, cuando se quiere únicamente
ensalzar la participación individual, de personas con nombre
y apellido, y no como integrantes de un movimiento
social, de una categoría social, sino de un
universo social organizado.
Para que esta referencia a conceptos como movimientos
sociales no aparezcan como abstractos, se debe también
mencionar los nombres, ya actualmente comienzan a publicarse
libros al respecto. Estos nombres pueden ser identificables,
como lo hace la historiadora venezolana Mirla Alcibíades en
su libro Mujeres e Independencia,
identificando también las actividades realizadas por mujeres
en este proceso: lectoras, anfitrionas, activistas,
escritoras, peladoras, proveedoras, troperas, soldados,
sepultureras, vivanderas, acompañantes, músicas,
declamadoras, espías, informantes, enfermeras, curanderas,
bordadoras, costureras, cómplices. Y por cumplir estas
acciones fueron exiliadas, emigradas, peregrinas,
refugiadas, desterradas, prisioneras, azotadas, emplumadas,
torturadas, ajusticiadas, embarazadas, violadas, seducidas,
secuestradas, y cercadas.
También en el libro de Celia de Palacios Adictas a la
insurgencia, sobre las mujeres en la guerra de
independencia en México, encontraremos ahí mujeres de la
elite. Por ejemplo Mariana Rodríguez del Toro de Lazarin,
María de la Soledad Leona Camila, Vicario Fernández de San
Salvador, María Josefa Crecencia. Pero también a las madres,
a las esposas, a las concubinas, como María Luisa Camba,
Hélène la Mar, Manuela García Villaseñor, Rafaela López
Aguayo Rayón. Las mujeres que tomaron las armas, como
Antonia Nava, Cecilia Villareal, María Josefa Martínez.
Mujeres que han sido conspiradoras, como María Teresa
Medina, Carmen Camacho, Josefa Navarrete, y Josefa Huertas.
En fin, en términos de un enfoque individualizado, ese
trabajo se está haciendo. Las publicaciones que salgan con
los trabajos de este Congreso servirán mucho a este
objetivo.
En este esfuerzo, no olvidemos a millones de mujeres que
como obreras, campesinas, trabajadoras del campo o de la
ciudad han participado en este proceso de independencia.
Son fuerzas productivas, categorías sociales
asalariadas, que se convertirán luego en el
proletariado femenino de la ciudad, de la periferia de
las ciudades y del campo, en su mayor parte pobres y
explotadas.
Todo este movimiento social tendría en el siglo XX otro
desarrollo, la prolongación del movimiento de independencia
– cuando hacen su primer ejercicio colectivo de participar
en política - en el siglo XX serán las luchas por el voto
femenino, por elegir y ser electas, para ser
designadas en la administración pública. Son las que
tienen sus programas por la igualdad de salario, son
las que luchas por tener los derechos de administrar su
propio cuerpo, son las que exigen una educación para
las niñas, son las mujeres que incorporan a los
programas de las nacientes republicas un componente que
humanizan la política. Son las que se interesan por los
temas de salud, por temas de la educación, las que se
interesan por la condición de la mujer en la casa, en el
campo, en el trabajo. Las que exigen la libertad y
la igualdad en el acceso a las escuelas, las que se
preocupan por el medio ambiente y el agua. En la mayor parte
de las republicas de nuestro continente americano es este
movimiento que ha humanizado la política en el siglo
XX. Es el movimiento cíclico que viene de los avatares de la
conquista, del surgimiento de la modernidad,
del siglo de las luces, de la independencia y
luego en este siglo XX y XXI, encontramos siempre a las
mujeres participando plenamente en los procesos de
desarrollo humano, de equidad, y de inclusión. Siempre
humanizando al hombre, a la sociedad y la naturaleza.*
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ZINN, Howard. La otra Historia de Estados Unidos.
Madrid: Editorial Hiru, 1997.
Agradezco a Gustavo Pastor, doctorante en el EHESS de
Paris, por su apoyo a esta investigación.
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