La
exclusión de género y etnia está en la base y en
el génesis del sistema de organización social y
económica que impusieron los españoles en
América Latina a partir del siglo XV, en ese
violento encuentro entre dos mundos diferentes,
“quizás el mayor choque de civilizaciones de la
historia de la humanidad”.
Pero la exclusión como ideología no cambió con
la independencia lograda en
1824 en la Batalla de Ayacucho, cuando se puso
punto final al dominio español. No
aseguró el fin de las guerras civiles ni las
tensiones sociales y étnicas, la concentración
del poder por los criollos en gobiernos débiles,
dominados por el caudillismo, donde los indios y
los negros no tuvieron derechos ni ciudadanía.
Tampoco las mujeres. Las
primeras Constituciones Políticas de nuestras
naciones estipularon como requisitos para ser
ciudadanos: Ser casados, o mayores de
veinticinco años, saber leer y escribir. Tener
empleo o profesar alguna ciencia o arte. Las
nacientes repúblicas legitimaron así un sistema
de estratificación social y de exclusión puesto
que las mujeres no tenían acceso a la
educación y menos a una profesión o empleo.
Exclusión que significa discriminación y
pobreza. La existencia de personas o grupos que
no pueden acceder a distintos ámbitos de la
sociedad, y por consiguiente se trata de
desigualdad, y ruptura interna del sistema
social. Una forma de violencia estructural,
asentada
en el régimen colonial y que adquirió
legitimidad con la construcción de los Estados
Nación.
La constante en todo el proceso de independencia
de América Latina es la exclusión de género y
etnia; los excluidos de la libertad son las
mujeres, los indios, los negros.
Exclusión que continua
doscientos años después de la independencia.
En esa perspectiva, ¿cómo podemos
articular y conocer la participación de las
mujeres en el movimiento de independencia si sus
huellas
han sido
ignoradas, silenciadas y borradas en los
archivos?.
Cómo
“dirigirse al sujeto históricamente mudo de la
mujer”, y ¿de qué manera conocer “el testimonio
de la propia voz de la conciencia femenina”?.
Hacia una historia no patriarcal ni
eurocéntrica
Hasta comienzos del siglo XX las mujeres que
aparecen en el discurso histórico son
excepcionales por su belleza, virtudes o
heroísmo. Todas las demás no existen en una
historia
escrita por hombres en su mayoría de clases y
pueblos dominantes, que priorizaron el relato de
batallas y tratados políticos, y que
interpretaron los distintos procesos y
experiencias que ha seguido la humanidad de
acuerdo con la división de lo privado y lo
público que articula las sociedades
jerarquizadas. Se erigieron en el centro
arquetípico del poder,
según el cual los hombres aparecen como los
únicos capaces de gobernar y dictar leyes,
mientras las mujeres ocupan un lugar secundario,
en el espacio privado y alejadas de los grandes
acontecimientos de la historia.
Recién en el siglo XVIII,
el espacio privado se empezó a configurar
separado del poder político y la esfera pública,
donde sólo existió una mirada de los hombres
hacia los hombres. Fue también importante la
preeminencia de la razón y educación del
pensamiento Ilustrado; y el principio de
igualdad, libertad y autonomía comunes a todos
los seres humanos esgrimido durante la
Revolución Francesa, aunque las mujeres fueron
excluidas de la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano
Posteriormente, en 1929, coincidiendo
con la crisis del capitalismo,
Marc
Bloch y Lucien
Febvre
fundaron en
París
la
revista “Annales d´histoire économique et
sociale”, que transformó el concepto de la
historia al
priorizar el análisis de mentalidades,
vida cotidiana,
costumbres, familia, sentimientos, y subjetividades
colectivas, lo que permitió estudiar a las
mujeres. Hasta entonces, se había ubicado a la familia en la esfera privada separada de otro tipo
de relaciones sociales, lo que contribuyó a
perpetuar una ideología de la domesticidad, y
promover la invisibilidad de las mujeres como
trabajadoras.
Se reemplazó así la
lógica tradicional practicada en las ciencias
sociales por una nueva manera de abordar el
pensamiento crítico, siguiendo como sostiene
Joan Scott, una lógica de investigación desde
una perspectiva femenina con nuevas formas de
interpretación, con el objetivo de convertir a
las mujeres en sujetos de la historia,
reconstruir sus vidas en toda su diversidad y
complejidad, inventariar las fuentes, y dar un
sentido diferente al tiempo histórico,
subrayando lo que fue importante en sus vidas. Todo lo cual plantea
desafíos teóricos y metodológicos, porque nadie
se ha ocupado de registrar sus huellas,
escondidas en la historia al igual que la de
otros marginados, como dice Antonio Gramsci al
referirse a la historia de las clases oprimidas
en Cuadernos en la Cárcel.
Mientras que en América
Latina, la concepción eurocéntrica de la
historia concibió “al sistema de valores de la
cultura europea como el genuino sistema de
valores universales”. En este contexto,
aceptar el término “descubrimiento” implica
admitir que antes de la conquista española no
existió ninguna cultura, de acuerdo a la
ideología
según la cual los pueblos indígenas “eran
formados por sociedades sin escritura, atrasadas
y primitivas, que podrían evolucionar hasta
llegar a la “civilización”, atravesando siglos
desde el momento inicial de la catequización”.
Solo con la deconstrucción de una concepción
patriarcal y eurocéntrica será posible
asumir la historia desde una perspectiva que
considere que las relaciones entre los sexos son
construcciones sociales, que la dominación
masculina es una expresión de la desigualdad de
estas relaciones, y en consecuencia producto de
las contradicciones inherentes a toda formación
social.
Una historia centrada en la forma cómo se han
percibido y vivido las diferencias sexuales, en
el marco de una dominación que ha generado
distintos grados de sumisión en relaciones de
interdependencia.
Un sistema de explotación
En la estructura social del Virreinato del Perú
que comprendía el antiguo territorio del
vasto Imperio de los Incas que abarcó desde el
sur de Colombia, atravesando los actuales
territorios de Ecuador, Perú, Bolivia, y el
noroeste de Argentina hasta Chile, los
conquistadores y sus descendientes conformaron
la clase dominante sustentada
por tres ejes de
poder: la administración pública a cargo del
Virrey, el Cabildo o Ayuntamiento integrado por
criollos, y la Iglesia representada por el
episcopado, las órdenes religiosas y el Tribunal
del Santo Oficio. Al depender directamente del
Rey, el clero fue un instrumento más en la
política de dominación. La sociedad quedo así
dividida en clases que debían mantenerse
aisladas para beneficio de la consolidación
colonial. Motivo por el cual “se obstruyó toda
posibilidad de comunicación y comprensión entre
los individuos pertenecientes a los estamentos
opuestos”.
En este contexto, la
explotación de los indígenas a través de rígidas
formas de subyugación como los tributos, la
mita, los obrajes y los repartimientos, produjo
el ingreso más importante del presupuesto
español, a la par que jugó un papel relevante en
la construcción de la nueva sociedad al
convertirse en instrumento de maltratos y
atropellos.
Son numerosos los levantamientos que el sistema
de dominación colonial produjo apenas iniciada
la conquista cuando en 1538 Manco Inca se
sublevó llegando a sitiar el Cusco y Lima, y
posteriormente durante un período de resistencia
en Vilcabamba. En la década de 1600 estalló la
violencia en el Altiplano que tenía como fuente
las ricas minas de Laicacota en Puno
Pero es a partir de la segunda mitad del siglo
XVIII, coincidiendo con la crisis del Virreinato
del Perú, que las protestas se suceden de manera
constante.
Las Reformas Borbónicas adoptadas por los
monarcas de la Casa de Borbón a su llegada al
poder en 1700, comprendieron medidas
administrativas, y también militares y
defensivas ante la amenaza inglesa. En esas
circunstancias, el Virreinato del Perú perdió el
control de los territorios de las actuales
repúblicas del Ecuador, Colombia, Bolivia,
Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile, con la
creación del Virreinato de Nueva Granada (1739),
y el Virreinato del Río de la Plata (1776). En
1771 se había creado la Capitanía General de
Venezuela, y la Capitanía General de Cuba. Sin
embargo, el Virreinato del Perú continuó siendo
la más importante de las posesiones coloniales
de España.
A fines de mayo de 1742, en las misiones
franciscanas de los actuales departamentos de
Junín y Pasco, estalló un movimiento autonomista
liderado por Juan Santos Atahualpa que durante
diez años fustigó a los españoles con ataques
sorpresivos en el sur andino, área periférica a
los intereses del virreinato.
El 14 de noviembre de 1750, Fray Calixto de San
José Túpac Inca, descendiente del Inca Túpac
Yupanqui, escribió una carta titulada:
"Exclamación de los indios americanos", un
manifiesto en favor de la población indígena en
el que exigía su participación en asuntos
públicos y eclesiásticos del Perú. Fray Calixto
ingresó en 1727 a la orden franciscana, pero por
su condición de indígena solo pudo acceder a
fraile lego.
No solo el
Virreinato del Perú estaba convulsionado, entre
1723 y 1750 se produjeron diez
insurrecciones en los actuales países de Chile,
Paraguay, Bolivia, Argentina, y Venezuela. “Algo
estaba ocurriendo al interior del propio sistema
colonial español que no resultaba tan eficiente
en términos preventivos y de coacción como lo
había sido en tiempos anteriores”.
La presencia y participación de las mujeres fue
anónima. La historia no registra sus nombres
sino a finales del siglo XVIII en la rebelión
liderada por José Gabriel Condorcanqui Túpac
Amaru. Esta
significativa presencia con
características de liderazgo y heroísmo
representadas por Micaela Bastidas tiene origen
en la sociedad indígena prehispánica donde las
mujeres ocuparon una importante posición, y
cuando las circunstancias demandaron, las viudas
y hermanas de los jefes fueron “aceptadas como
legítimos líderes”.
Quedan como testimonio de su lucha por el
derecho a la tierra y a ocupar cargos en los
gobiernos locales, los juicios e investigaciones
de la campaña de extirpación de idolatrías que
registraron la voz de las autoridades
eclesiásticas españolas y la de los indígenas
acusados. En la documentación figuran litigios
por títulos de las tierras, así como partidas de
matrimonio y bautizo, que permiten reconstruir
el intento por defender la tenencia colectiva de
la tierra, y la persistencia de los patrones
andinos de parentesco: “a lo largo del siglo
diecisiete las mujeres continuaron asumiendo el
apellido materno, mientras que los hombres
tomaban el paterno”.
La insurrección de Tupac Amaru y
Micaela Bastidas
Joseph Gabriel Condorcanqui Tupac Amaro nació el
19 de marzo de 1741, en el pueblo de Surimana,
distrito de Tungasuca, Provincia de Canas,
Cusco. Era el segundo hijo de Miguel Tupa Amaro,
gobernador del pueblo de Surimana y de Rosa
Noguera, descendiente de Manco Inca y bisnieta
del Inca Huayna Cápac. “Señores que fueron de
estos reinos”,
como dice el propio José Gabriel. A la muerte de
su hermano mayor, Clemente, heredó el Cacicazgo
de los Tupac Amaro, cuyas tierras se extendían
por varios pueblos, y el 5 de octubre de 1766,
inició los trámites para formalizar dicha
posesión.
En cambio, Micaela Bastidas Puyucahua, descendía
de una familia pobre y sin ningún rango. Nació
el 23 de junio de 1744 en el pueblo de
Pampamarca de la provincia de Tinta. Quedó
huérfana de muy niña y su infancia, como la de
sus hermanos Antonio y Pedro, fue difícil y con
restricciones. Según el Acta de matrimonio,
José Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru y Micaela
Bastidas se casaron en el pueblo de Surimana el
25 mayo 1760. Él tenía 19 años y Micaela 16. De
esta unión nacieron tres hijos: Hipólito (1761),
Mariano (1762) y Fernando (1768).
El sábado 4 de noviembre de 1780 Tupac Amaru le
tendió una emboscada al corregidor Antonio de
Arriaga, y después de obligarlo a escribir una
carta dirigida a su cajero dándole instrucciones
para que con los fondos y las armas se
trasladara a Tungasuca, lo ejecutó. Había
empezado la más importante insurrección indígena
de América Latina. Durante las dos primeras
semanas de noviembre, Tupac Amaru y sus leales
capitanes, recibieron la adhesión de varios
pueblos aledaños, y el 16 de noviembre promulgó
el Bando de Libertad de los Esclavos,
uno de los primeros alegatos en favor de los
afrodescendientes. En la madrugada del 18 de
noviembre se produjo un violento enfrentamiento,
y por primera vez el ejército español se rindió
ante el avance de los rebeldes. Durante el
combate, la Iglesia de Sangarara convertida en
el último reducto de los españoles se incendió.
El triunfo de la Batalla de Sangarara, la
simpatía y el apoyo que le tributaban los
pueblos que le empezaban a llamar Inca Tupac
Amaru, alarmó a los españoles, y el incendio de
la Iglesia sirvió de pretexto para que el Obispo
de Sangarara decretase la excomunión de Tupac
Amaru el 17 de noviembre de 1780, “por
incendiario de capillas públicas (…) por rebelde
traidor al Rey, por revoltoso y a todos cuantos
le den auxilio, favor y fomento”.
Surgió entonces el clamor de avanzar al Cusco,
siendo Micaela Bastidas una de las más
convencidas, pero Tupac Amaru tenía una
estrategia distinta.
Entre fines de noviembre y fines de diciembre,
Tupac Amaru avanzó hacia el sur para extender la
sublevación a las provincias altas, al altiplano
y Alto Perú, con el objetivo de cortar la ruta
de abastecimiento al Cusco. Había visitado con
frecuencia los pueblos de esa región pues era
propietario de centenares de mulas que
transportaban mercancías y minerales, y conocía
de cerca el sufrimiento de los indios. Lo
recibieron triunfalmente en los pueblos de Kanas,
Acomayo, Canchis y Chumbivilcas. También en Puno
y en los valles de Arequipa y Moquegua. Los
primeros días de diciembre ingresó al Collao
cruzando la cordillera de Vilcanota, en tanto
que su primo Diego Cristóbal Tupac Amaru,
marchaba hacia las provincias situadas en la
otra ribera del río Vilcomayo. En la Paz la
conspiración estaba en marcha, en Oruro se
organizaba un gobierno indocriollo, y los
hermanos Catari iniciaron la insurrección en
Chuquisaca.
Micaela Bastidas quedó al frente de la parte
administrativa y política de Tungasuca. Es en
este período en el que su presencia empezó a
perfilarse de manera definitiva: imparte
órdenes, otorga salvoconductos, lanza edictos,
dispone expediciones para reclutar gente y envía
cartas a los caciques.
No vacila en proferir amenazas en cartas
dirigidas a los caciques y de manera clara y
rotunda conmina a los gobernadores, Núñez de la
Torre y Matías Canal:
“También doy a vuestras mercedes noticia que en
breve pasará mi marido a la ciudad del Cusco,
con la correspondiente guarnición; por lo que es
necesario que la gente de vuestras mercedes esté
alerta, para bajar luego que corra esta noticia;
y si a esto no se avienen vuestras mercedes,
prometo acabarlos de plano, como lo he ejecutado
con los demás. Entre tanto, Dios nuestro Señor
los guarde muchos años. Tungasuca, diciembre 7
de 1780. Doña Micaela Bastidas”.
Le escriben también los más importantes
consejeros de Tupac Amaru, aquellos que
compartieron su suerte en la derrota y fueron
ejecutados: Diego Berdejo, Pedro Venero, Pedro
Mamani, Andrés Castelo, Pedro Mendigure, Ramón
Ponce, Antonio Bastidas, Andrés Castelo, Marcos
de la Torre. También varias mujeres: Tomasa Tito
Condemayta, Ángela Pacuri, Francisca Herrera,
Catalina de Zalas y Pachacuti; y los sacerdotes:
Justo Gallegos, Pedro Juan de Luna, Domingo de
Escalante, Antonio Chávez Mendoza, Carlos
Rodríguez de Ávila y Gregorio de Yepes. Son
cartas destinadas a informarle cuestiones
puntuales, solicitudes de justicia a través de
las cuales se advierte que tenía autoridad
suficiente para juzgar y sentenciar. En ellas la
llaman: “muy señora mía”, “muy amada hermanita
mía”, “amantísima y muy señora mía”, inclusive
“señora gobernadora”.
Cartas de amor y guerra
Entre el 23 de noviembre de 1780 y el 23 de
marzo de 1781, Micaela Bastidas le dirigió
diecinueve cartas a Tupac Amaru, a través de las
cuales es posible seguir el curso de la
insurrección, el amor que se profesaron y la
desavenencia sobre la marcha al Cusco. En las
cartas que Tupac Amaru le escribe a Micaela, la
información y el mensaje son semejantes a los
que se dirige a un combatiente de igual rango.
Son comunicaciones de guerra, con lo preciso y
necesario, existen pocas menciones al ámbito
privado, aunque Hipólito de 19 años combatía con
el grado de capitán y Mariano de 18 años cumplía
importantes tareas. Del 27 de noviembre de 1780
a diciembre de ese año, Tupac Amaru le escribió
ocho cartas.
En la primera carta de Micaela Bastidas del 23
de noviembre de 1780, le recomienda: “Te encargo
que la comida que tomares sea de mano de los
nuestros y de más confianza”.
En la siguiente le aconseja que para promover la
lucha en Arequipa, es necesario que a la
brevedad posible envíe “carteles para que se
enteren de su contexto (…), y puedes despachar
otro propio para Pachachaca a cortar el puente
con la precaución correspondiente”.
El 26 de noviembre le participa que los curas de
Pampamarca y Yanaoca, Bejarano y Ramón Moscoso,
han escrito al Obispo del Cusco relatando todo
lo que ocurría en el movimiento insurreccional y
en la casa de Tupac Amaru. “Todo esto me tiene
con bastante cuidado, ya porque estamos entre
enemigos, y ya porque nos puede sobrevenir
alguna traición repentina por lo que te
participo para que estés advertido…”.
En la primera carta de Tupac Amaru se percibe su
preocupación: “Tener mucho cuidado con los que
están en casa, y dile a nuestro Figueroa que no
se descuide, con tener muy prontas las armas que
estén allí. Ruego a Dios te guarde muchos años.
Altos de Livitaca, noviembre 26 de 1780.
Juan Antonio de Figueroa, a quien Tupac Amaru
llama afectuosamente “nuestro Figueroa”, era un
cercano colaborador del Corregidor Antonio de
Arriaga que fue apresado con él. Tramando la
traición, se alistó entre los rebeldes y se hizo
cargo de los cañones; por eso en las batallas en
las que actuó la ineficacia de la artillería
resultó nociva para el movimiento. Según el
Obispo Moscoso, Figueroa “dirigía los tiros con
ardid, para no dañar a los ejércitos reales”.
Un día después, Tupac Amaru se vuelve a referir
a Juan Antonio Figueroa para que traiga el cañón
“con toda su provisión de asiento o carroza,
balas y pólvora”.
El 29 de noviembre, pide que el sacerdote
Ildefonso Bejarano “mande abrir la puerta de la
iglesia y administre sacramentos a aquellos
naturales”
, y el 30 trata de alentarla: “Se que estás muy
afligida, y tu compañía lo mismo, y así no seas
de poco ánimo. Si está de Dios que muramos se ha
de cumplir su voluntad; y así, conformarse con
ella”.
El 1 de diciembre, tiene noticia que cinco
corregidores están congregados en espera de las
armas para emboscarlos, pero él tiene fe que la
gente de Lampa se una a su tropa.
En una carta probablemente del mismo día, Tupac
Amaru le informa que el Corregidor de
Pisquicocha “ha mandado juntar soldados de la
provincia de Chumbivilcas, con destino a
Tungasuca, y que a los indios que fueron de
propios los han mandado a ahorcar”.
El 2 de diciembre de 1780, Micaela le envía un
reporte de las acciones: “En Carabaya se repiten
muertes y embargos; de Caylloma se asegura la
tranquilidad, y de Arequipa lo propio y todos
dispuestos a las órdenes de Vuestra Merced a
quien Dios le dé fuerzas y paciencia para
nuestro amparo”.
Le pide
que Andrés Castelo sea apresado “porque éste
hace muchas extorsiones en todos los pueblos”.
Sin embargo, Andrés Castelo, tuvo un
comportamiento ejemplar cuando lo apresaron y
fue uno de los diecisiete leales capitanes que
los acompañaron en la muerte.
La última carta de Túpac Amaru, es probablemente
del 3 de diciembre. En ella le avisa que vienen
soldados del Cusco, “por lo que te prevengo que
te vengas con todos los soldados de casa hasta
Langui, entonces puedes quedarte con Fernandito
y Mariano (...) Yo estaré el día domingo en la
raya de Vilcanota, (…) no te olvides de los
cañones, en todo caso que vengan dichos cañones
a Tungasuca”.
Pero el 6 de diciembre se interrumpe el tono
cordial y afectuoso cuando Micaela Bastidas le
dirige una carta a Tupac Amaru en términos duros
e injustos. Desde el triunfo de la Batalla de
Sangarara había presionado para marchar al Cusco
sin ningún resultado. Cansada le escribe una
carta que puso fin a la correspondencia. Tupac
Amaru no le volvió a escribir más.
“Bastantes advertencias
te di para que inmediatamente fueses al Cusco
pero has dado todas a la barata, dándoles tiempo
para que se prevengan, como lo han hecho,
poniendo cañones en el cerro de Piccho y otras
tramoyas tan peligrosas, que ya o eres sujeto de
darles avance”.
Insiste en su carta del día siguiente donde
incluso le comunica que ha decidido marchar al
Cusco sola y que está “convocando a los indios
de todos los pueblos, porque son muchos los
padecimientos de los infelices indios de Acos y
Acomayo, llenos de miedo con la salida de los
soldados de aquel pueblo (...) La mira que llevo
es hacer más gente para estar rodeando poco a
poco el Cusco que se halla con bastante
fortaleza según te previne en mi anterior”.
Los siguientes días Micaela continúa presionando
aunque ya evidencia una profunda fatiga y
tristeza. El 10 de diciembre le comunica:
“Sucacagua nos ha hecho traición, y los demás
como te impondrá la adjunta; y así ya no estoy
en mi, porque tenemos muy poca gente. De mis
cartas has hecho muy poco caso, (…) y así no
permitas que me quiten la vida, pues tu ausencia
ha sido causa para todo esto”.
Estaba sola en medio de enemigos y dictaba -
seguramente en quechua - las cartas que enviaba
a Tupac Amaru. Es probable que pudo haber sido
engañada; por ejemplo, confió sin reservas en un
informe que desde el Cusco le envió su primo
José Palacios, donde le decía que contaba con 50
mil esclavos negros que apoyarían el ataque a
esa ciudad. Lo cual no era cierto.
Marcha
al Cusco. El enfrentamiento final
El 13 de diciembre de 1780, Micaela Bastidas
lanzó un edicto nombrando coronel a José Mamani
y capitán a Simón Aymi Tupa, colaboradores
leales pero de poca importancia. No existe
ninguna evidencia que tal medida haya sido
consultada con Tupac Amaru, aunque dice obedecer
sus instrucciones. Poco después recibió una
carta de Marcos de la Torre desde Acomayo,
informándole que carecía de armas y soldados, lo
que corrobora Tomás Guasa cuando señala: “me
hallo solo sin ninguna persona a nuestro favor;
yo sé que nos esperan con bastantes soldados en
Pilpinto, y aquí tenemos muy pocos y todos en
contra”Sara
Beatriz Guardia
No obstante, el mismo 15 de diciembre envió una
carta al Gobernador José Torres donde le
ordenaba que, “inmediatamente conduzca toda la
gente de este pueblo, para hacer la entrada al
Cusco, y arruinar de raíz tantos ladrones
perjudiciales”.
También le escribe a Tupac Amaru en tono
conciliador: “He celebrado infinito que hayas
llegado con felicidad. Yo me hallo en este
Pomacanchi haciendo más gente, porque de este
Tungasuca había salido con poca”.
Data del 22 de diciembre la carta que Areche
dirigió a la corte de España dándole cuenta del
movimiento de los rebeldes,
y preparándose para la gran ofensiva. El 23 de
diciembre Tupac Amaru expide el “Bando a los
arequipeños” con mensajes unitarios y convoca
para finales de diciembre a sus capitanes en
Sangarara para evaluar la situación. Es en esta
reunión que se toma la decisión de marchar al
Cusco, y Tupac Amaru y Micaela Bastidas avanzan
juntos hasta llegar a los cerros que rodean la
ciudad. El
4 de enero de 1781 sitian el Cusco. Pero después
de diez días de infructuosos ataques deben
replegarse, Tupac Amaru parte a Acomayo y
Micaela a Tinta. Durante el asedio a la ciudad
enfrentaron una situación inesperada: combatir
contra el cacique Rosas de Anta y el cacique
Mateo Pumacahua atrincherados en la fortaleza de
Sacsahuamán, ambos indios renegados aliados a
los españoles como consta en el Informe del
Cabildo del Cusco de 1783.
Tupac Amaru había dirigido un oficio, el 3 de
enero de 1781, al Cabildo del Cusco solicitando
que se le permita el ingreso a la ciudad al
padre Domingo Castro, a don Ildefonso Bejarano y
al capitán Bernardo de la Madrid en calidad de
emisarios.
Pero este oficio y otro del 10 de enero no
fueron respondidos. No hay tregua ni
negociaciones. El 15 de enero el virrey
Francisco de Jáuregui alista las tropas para
liquidar la rebelión comandada por “el indio
rebelde Josef Gabriel Tupa Amaro”.
El 22 de enero, desde Tinta Micaela escribe a
Tupac Amaru para decirle que está esperando la
decisión que él debe tomar en Quisquijana.
En la siguiente carta del 24 enero agrega:
“Aquí estamos haciendo los preparativos de armas
y municiones de guerra”,
y lo llama: “hijo de mi corazón, de todo mi
aprecio”, e incluso lo trata de Vuestra Merced.
A medida que avanza el tiempo, en las cartas se
advierten situaciones cada vez más difíciles de
sortear. El 6 de febrero, Micaela le informa que
los enemigos se encuentran en Quiquijana y
“nuestra tropa se ha retirado a Checacupi”.
El 9 de Marzo de 1781, el
ejército español destinó dos destacamentos de
1,846 hombres, 6 cañones y municiones
distribuidos en seis columnas ubicadas en
distintos puntos estratégicos. El 13 de marzo,
Julián Tupac Catari sitió La Paz durante 109
días. Entre el 18 y 22 de este mes, Tupac Amaru
logró un importante triunfo estratégico en
Pucacasa. Pero el ejército español también
avanza incontenible. Se acerca el enfrentamiento
final, mientras Micaela multiplica sus tareas y
afanes. El 23 de marzo de 1781 le envía la
última carta donde lo llama “Señor Gobernador
Don José Gabriel Tupac Amaru. Amantísimo hijo de
mi corazón” y firma, “De Vuestra Merced su
amante esposa. Doña Micaela Bastidas”.
El 6 de abril de 1781, José Antonio de Areche,
al frente de una poderosa fuerza de miles de
soldados derrotó a Tupac Amaru en la batalla de
Checacupe o Tinta.
Sin embargo logró huir y se refugió en Langui,
en casa de un cercano colaborador, Ventura
Landaeta, confiado en su fidelidad. Horas más
tarde fue entregado a los españoles con Antonio
Bastidas, pero su hijo Mariano y Diego Tupac
Amaro consiguieron escapar.
Ventura Landaeta, el traidor, obtuvo de los
españoles una pensión vitalicia y una cuantiosa
recompensa.
Micaela Bastidas recibió un mensaje anunciándole
la detención de Tupac Amaru y partió con sus
hijos y familiares por el camino de Livitaca
donde fue emboscada, traicionada también por
Ventura Landaeta. El mismo día, 12 de abril de
1781, fueron apresados, Tupac Amaru, Micaela
Bastidas, sus hijos: Hipólito (18 años) y
Fernando (10 años), Antonio Bastidas, Cecilia
Tupac Amaru, Tomasa Tito Condemayta, Úrsula
Pereda, Isabel Coya y Francisca Aguirre. Días
antes, el 7 de abril había sido detenida Marcela
Castro, madre de Diego Tupac Amaru. Era Domingo
de Ramos de la Semana Santa del 16 de abril de
1781.
Un proceso sin justicia
El juicio se inició el 17 de abril y culminó
tres meses después el 14 de julio.
Incluyó a más de doscientos prisioneros y se
realizó en el antiguo colegio de los jesuitas,
San Francisco de Borja, convertido en cárcel.
Dos escribanos siguieron el proceso: Manuel
Espinavete López, y José Palacios, primo de
Micaela Bastidas, cercano a Tupac Amaru, pero
convertido después en “delator a favor de la
administración colonial. Más tarde, también él
fue investigado y perseguido”.
La primera en pasar al estrado el 21 de abril
fue Micaela Bastidas ante el Oidor de la Real
Audiencia de Lima del Consejo de su Majestad, el
Juez Benito de la Mata Linares,
quien valiéndose de engaños intentó una
confesión y la delación de otros sublevados.
Pero no lo consiguió. Los únicos nombres que
proporciona Micaela Bastidas son de aquellos que
los han traicionado: Manuel Galleguillos y
Francisco Cisneros. También protege a los
sacerdotes Antonio López de Sosa y Ildefonso
Bejarano, que después fueron desterrados y
encerrados en el convento de San Francisco de
Cádiz.
Los cuatro testigos presentados por los
españoles: Francisco Molina, Francisco Cisneros,
Manuel de San Roque y Manuel Galleguillos,
sostuvieron que Micaela Bastidas impartía
órdenes por escrito y de palabra “con más vigor
que su propio marido, imponiendo pena de
muerte…”,
y que fomentaba a los indios para que se unieran
a la lucha contra los españoles. Mientras,
Manuel Galleguillos, señaló que comandó
personalmente varias expediciones, y que “las
órdenes de esta mujer eran más fuertes que las
de su marido; de modo que sus deseos eran pasar
a todos los españoles a sangre y fuego”, y que
como era más arrogante y soberbia, “se hizo más
temible que su marido”.
A diferencia de Tupac Amaru que siempre concitó
simpatía y respeto no sólo de la gente más
allegada a él, Micaela Bastidas fue calificada
de cruel y odiada por los españoles.
En varios
documentos se refieren a ella con hostilidad y
Melchor Paz dice que durante la emboscada
al corregidor Arriaga, ella tuvo la mayor
participación en su suplicio, y que “en medio de
la flaqueza de su sexo, esforzaba las
diligencias injustas de aquel homicidio,
cargando en su mantilla las balas necesarias…”
Agrega que
“aquellos que conocen a ambos, aseguran que
dicha Cacica es de un genio más intrépido y
sangriento que el marido. (...) Suplía la falta
de su marido cuando se ausentaba, disponiendo
ella misma las expediciones hasta montar en un
caballo con armas para reclutar gente en las
provincias a cuyos pueblos dirigía repetidas
órdenes con rara intrepidez y osadía autorizando
los edictos con su firma”
.
Fue condenada a la pena de muerte por José
Antonio de Areche, en la ciudad del Cusco, el 16
de mayo de 1781.
“Por complicidad en la Rebelión premeditada y
ejecutada por Tupac Amaru, auxiliándolo en
cuanto ha podido, dando las órdenes más
vigorosas y fuertes, para juntar gente, (…)
invadiendo las provincias para sujetarlas a su
obediencia, condenando al último suplicio al que
no obedecía las órdenes suyas o de su marido,
(…) nombrando a quienes se hicieran cargo de la
administración de sacramentos, mandando cerrar
las iglesias cuando le parecía; dando pases para
que sus soldados no impidiesen a los de su
facción; escribiendo cartas a fin de publicar
los felices sucesos de su marido…”.
Micaela
Bastidas fue ejecutada el 18 de mayo de 1781
Tenía
35 años y un sueño inconcluso de libertad
El viernes 18 de mayo de 1781, la Plaza de Armas
del Cusco amaneció cercada de milicias dotadas
con fusiles y bayonetas. Los detenidos salieron
juntos, esposados, metidos en zurrones y
arrastrados a la cola de un caballo. Fueron
ahorcados, José Verdejo, Andrés Castelo y
Antonio Bastidas. Se les cortó la lengua antes
de ahorcarlos a Francisco Tupac Amaro y a
Hipólito Tupac Amaru. A Tomasa Titu Condemayta
se le dio garrote.
Micaela Bastidas y Tupac Amaru presenciaron
estas ejecuciones y la de su hijo Hipólito.
Antes de matarla a
Micaela Bastidas le cortaron la lengua, “y se le
dio garrote, en que padeció infinito; porque
teniendo el cuello muy delgado, no podía el
torno ahogarla, y fue menester que los verdugos
(…) dándole patadas en el estómago y pechos, la
acabasen de matar”. Después le
cortaron la cabeza que fue expuesta durante
varios días en el cerro Piccho. Desprendieron
sus dos brazos, uno fue enviado a Tungasuca y el
otro a Arequipa. Una pierna a Carabaya, y el
resto del cuerpo quemado.
Según el visitador José Antonio de Areche, la
ejecución de Micaela Bastidas debía ir
acompañada “con algunas cualidades y
circunstancias que causen terror y espanto al
público; para que a vista de espectáculo, se
contengan los demás, y sirva de ejemplo y
escarmiento”.
La ejecución como espectáculo de terror, la
“masculinización de su persona percibida en los
edictos redactados contra Micaela y en los
testimonios legales en torno a su juicio
recalcaban la idea de que no merecía ser tratada
como una mujer”.
A Tupac Amaru le cortaron la lengua y ataron sus
brazos y piernas a cuatro caballos, pero no
poder matarlo así, Areche ordenó que le corten
la cabeza.
Sofocada la rebelión de Tupac Amaru, la
administración colonial prohibió el uso del
quechua, los instrumentos musicales, y los
signos exteriores de la elite incaica, como la
vestimenta. Tupac
Amaru representó, fundamentalmente, una
alternativa política al sistema colonial
distinta, “de los caciques costeños, autores de
manifiestos y fautores de conspiraciones” con
una gran “capacidad de movilizar toda la densa
población indígena de la que fuera el área
central del Tawantinsuyu”.
Durante esos meses, Juan
Pablo Vizcardo y Guzmán (1748-1798), intentó
conseguir el apoyo de Inglaterra al
levantamiento de Tupac Amaru. Pero entonces la
rebelión había sido sofocada y Tupac Amaru
ejecutado, pues las noticias tardaban meses en
llegar de un continente a otro. Exilado en Italia,
Juan Pablo Vizcardo, redacto en 1791 la Carta
a los españoles-americanos, en favor de la
independencia de América meridional, que fue
difundida por Francisco de Miranda en 1799 en
francés, y en español en 1801. La Carta resume
los tres siglos de colonialismo español,
“ingratitud, injusticia, servidumbre y
desolación”. Se trata del primer documento
político que planteó la independencia de España
con argumentos válidos.
Cacicas y caudillas
La participación de las mujeres en el movimiento
liderado por Tupac Amaru contó con una
importante presencia.
Destaca, Tomasa Titu
Condemayta, Cacica de Acos (Quispicanchi,
Cusco), propietaria de casas, fundos, animales y
otros bienes, que puso a disposición de Tupac
Amaru. Condujo una brigada de mujeres que
defendió el puente Pilpinto (Paruro) de las
tropas españolas; y posteriormente comando un
numeroso grupo que “se presentó en los altos del
cerro Piccho para batir la ciudad del Cuzco”.
Su éxito fue de tal envergadura que los
españoles lo consideraron como “una obra de
brujería”.
El 25 de abril de 1781, acusada de ser una de
las principales colaboradoras de Tupac Amaru,
fue condenada a pena de muerte,
“su cabeza separada del cuerpo, será llevada al
pueblo de Acos y puesta en una picota en el
sitio más publico y frecuentado”.
Cecilia Tupac Amaru,
prima de Tupac Amaru, casada con uno de sus
principales capitanes, el español Pedro
Mendigure, participó activamente en el sitio del
Cusco y en los preparativos insurreccionales del
cerro Piccho. Tan radical en su postura que los
españoles la consideraron aún más peligrosa que
Micaela Bastidas.
El 30 de junio 1781 la condenaron a recibir
doscientos azotes, y a diez años de destierro en
el convento de recogidas de la ciudad de México.
Antes de partir, su hermano Diego Tupac Amaru
pidió clemencia para ella. El obispo de Cusco,
Antonio Valdez, aceptó el 3 de enero de 1782
señalando que se trataba del primer indulto que
se otorgaba.
Pero no hubo clemencia, el 19 de marzo de 1783 murió
en la cárcel.
Bartolina Sisa, esposa de Tupac Catari,
participó en el levantamiento dirigido por los
hermanos Catari, de
agosto 1780 a febrero 1781, que abarcó parte importante
de Potosí, Oruro, y varios otros pueblos. El
13 de marzo de 1781 sitiaron La Paz y Sorata
represando el río para luego romper puertas y
aislar las poblaciones. Se “desplaza con una comitiva de 800 aymaras entre los
campamentos de El Alto, Pampahasi y Collana”
otorgando pases para que algunas personas puedan
transitar por el territorio rebelde.
Detenida el 2 de julio de ese año, la condujeron
a la Plaza Mayor de La Paz atada a la cola de un
caballo portando un palo a modo de cetro y con
corona de espinas.
Gregoria Apasa, hermana de Julián Apasa Tupac
Catari, a la que
se llamaba virreina, “tan carnicera y sangrienta
como éste”,
según la información oficial, combatió
con Andrés Tupac Amaru en Sorata y Azángaro. Fue
condenada a muerte en 1782 con Bartolina Sisa,
ambas montadas en burro por las calles
recibiendo azotes antes de la ejecución.
Marcela Castro, alentó y participó en el
levantamiento de Marcapata, esposa de
Marcos Tupac Amaru y madre de Diego Cristóbal
Tupac Amaru, fue condenada al destierro.
Igualmente, Ventura Monjarrás, anciana madre de
Juan Bautista Tupac Amaru, fue condenada al
destierro pero murió antes.
Margarita
Condori, que ayudó al abastecimiento de las
guerrillas de Diego Tupac Amaru fue ejecutada.
Todas las casas fueron arrasadas y los
bienes confiscados.
En todas las provincias reina la tranquilidad
Después de la insurrección de Tupac Amaru, en el
Virreinato del Perú “ahogado en sangre, como es
bien sabido”,
reinaba la tranquilidad según un informe oficial
enviado a España. Todas las provincias y sus
pueblos gozan de “suavidad con sosiego,
comunicación, confraternidad, y un total
sujeción, con rendimiento a la Corona de España”.
Pero la realidad, es que la segunda etapa de la
insurrección continuó hasta el 3 de noviembre de
1781.
Dos años después, el movimiento liderado por
Tupac Amaru y Micaela Bastidas había sido
eliminado.
En octubre de 1783 partieron noventa personas,
en su mayoría mujeres desde el Cusco hasta el
Callao a pie, “con lo que quedó limpia
esta ciudad y sus provincias de la mala semilla
de esta infame generación…”,
señala un documento hispano. Debían
embarcarse
en el buque "Pedro Alcántara" que las llevaría
desterradas a México. La mayoría de las mujeres
murió antes de llegar al Callao, y las que
lograron sobrevivir murieron en la cárcel. Otras
durante la travesía.
El otro barco, "El Peruano",
que llevaba desterrados
de la rebelión de Tupac Amaru partió con destino
a España el
13 abril de 1784. La mitad de los presos
murieron de escorbuto antes de llegar a Río de
Janeiro donde permanecieron cuatro meses.
Entre otros, Susana Aguirre, Nicolasa Torres,
Andrea Cózcamayta y Antonia Castro. Susana
Aguirre era esposa de
Juan Bautista Condorcanki Monjarras Tupac Amaru,
medio hermano de José Gabriel, hijo de Miguel
Condorcanki y Ventura Monjarras. Estuvo preso
cinco meses en Lima, y partió
deportado
en ese barco con Mariano Tupac Amaru,
y 60 personas más.
Resulta evidente que el estudio de la participación de
las mujeres en la Independencia tiene
necesariamente que incluir un movimiento
paralelo que comprenda la ideología de la
exclusión.
Entonces en
las gestas emancipadoras aparecerán los rostros
de quienes combatieron por la libertad, y no
será borrada ni minimizada la presencia de las
mujeres
y las distintas formas que adquirió esta participación,
otorgándole así una mayor coherencia a nuestra
historia al desarticular el carácter excluyente
y discriminador de las representaciones
discursivas del otro.
Bibliografía
ANTEPARA, José María. Miranda y la
emancipación suramericana. Caracas:
Fundación Biblioteca Ayacucho, 2009.
ANTOLOGÍA DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ. Lima: Publicaciones de la Comisión Nacional del
Sesquicentenario de la Independencia del Perú,
1972.
BARROS, Paula. Exclusión Social y Pobreza:
Implicancias de un
nuevo enfoque.
Santiago, 1996.
BONILLA, José. La revolución de Tupac Amaru.
Lima: Ediciones Nuevo Mundo, 1971.
BURKETT,
Elinor C. "Las mujeres indígenas y la sociedad
blanca: El caso del Perú del siglo XVI". Las
mujeres Latinoamericanas. Perspectivas
Históricas, México, Fondo de Cultura
Económica, 1985.
CONSPIRACIONES Y REBELIONES EN EL SIGLO XIX. Lima:
Colección Documental de la Independencia del
Perú. Volumen 1, Tomo III, 1971.
CLEMENT, Jean Pierre.
“La
opinión de la corona española sobre la rebelión
de Tupac Amaru”. Acta Literaria Academiae
Scientiarum Hungaricae Tomus 23, 1981, pp.
325-334.
DAVIES, Catherine, et alt. South American
Independence. Gender, Politics, Text.
UK: Liverpool University Press, 2006.
DECOSTER, Jean-Jacques – MENDOZA, José Luis.
Ylustre Consejo, Justicia y Regimiento. Catálogo
del Fondo Cabildo del Cusco (Causas civiles). Cusco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las
Casas, 2001.
FABELO
CORZO, José Ramón. “La ruptura cosmovisiva de
1492 y el nacimiento del discurso eurocéntrico”
Graffylia. Revista de la Facultad de Filosofía.
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Año 5
Número 7, primavera 2007, pp.79-86
GUARDIA, Sara Beatriz.
Mujeres
Peruanas. El otro lado de la Historia
(1985),
Lima, CEMHAL, 2013, 5° Edición.
KNAPP, Cássio “Política educacional para a
educacao escolar indigena”. Losandro Antonio
Tedeschi – Antonio Dari Ramos (Organizadores).
Temas sobre género e interculturalidade.
Cuadernos Academicos da UFGD, 2010.
LEWIN, Boleslao. La rebelión de Tupac Amaru.
Buenos Aires: Sociedad Editora Latino Americana,
1967.
LOAYZA,
Francisco A. Mártires y Heroínas. Lima:
Los Pequeños Grandes Libros de Historia
Americana, 1945.
LA
REBELIÓN DE TUPAC AMARU. ANTECEDENTES. Colección
Documental de la Independencia del Perú. Lima:
Comisión Nacional del Sesquicentenario de la
Independencia del Perú. Tomo II, Volumen I,
1971.
LA REBELIÓN DE TUPAC
AMARU. LA REBELIÓN.
Colección Documental de la Independencia del
Perú. Lima: Comisión Nacional del
Sesquicentenario de la Independencia del Perú.
Tomo II, Volumen 2°, 3°, 4°, 1971.
MACERA, Pablo – CASANTO, Enrique. El poder
libre Asháninca. Lima: Fondo Editorial de la
Universidad de San Martín de Porres, 2009.
MELÉNDEZ, Mariselle. “La ejecución como
espectáculo público: Micaela Bastidas y la
insurrección de Tupac Amaru, 1780-81”, La
Literatura Iberoamericana en el 2000.
Balances, Perspectivas y Prospectivas,
Salamanca, Universidad de Salamanca, 2003.
MEENTZEN, Angela. Relaciones de género, poder
e identidad femenina en cambio. El orden social
de los aymaras rurales peruanos desde la
perspectiva femenina. Cusco: Centro de
Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las
Casas, 2007.
MEIKLEJOHN, Norman. La Iglesia y los Lupaqas
de Chucuito durante la colonia. Cusco:
Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé
de Las Casas, 1988.
MONTIEL, Edgar. El poder de la cultura.
México: Fondo de Cultura Económica, 2010.
MORENO
FRAGINALS, Manuel R. “La abolición de la
esclavitud”. La construcción de las naciones
latinoamericanas, 1820-1870. Historia
General de América Latina, Tomo VI, UNESCO,
2010.
O’PHELAN, Scarlett. La gran rebelión de los
Andes. De Túpac Amaru a Túpac Catari. Lima:
Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé
de Las Casas – PetroPerú, 1995.
Pérotin-Dumon,
Anne. El género en la historia. Santiago
de Chile, 2000, University of London. Institute
of Latin American Studies,
http://www.sas.ac.uk/ilas/genero_portadilla.htm
PODERTI, Alicia. “Mujeres en rebelión:
Estrategias de resistencia femenina en la
sublevación de Tupac Amaru”. América Latina:
¿Y las mujeres qué. Suecia: Red Haina, 1998.
RODRIGUEZ Villamil, Silvia.
"Mujeres uruguayas a fines del siglo XIX: ¿Cómo
hacer su historia?". Boletín Americanista,
Universidad de Barcelona,
Año XXXIII, 1992-93.
ROEDL,
Bohumír. “Causa Tupa Amaro.
El proceso a los tupamaros en Cuzco,
abril-julio de 1781”, Revista Andina. No. 34
julio, 2000. Cusco: Centro de Estudios
Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas.
SILVERBLATT, Irene.
Luna,
Sol y Brujas. Género y clases en los Andes
prehispánicos y coloniales. Cusco: Centro de
Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las
Casas, 1990.
SCOTT, Joan W. “El problema de la invisibilidad".
Género e Historia.
México: Instituto Mora - Universidad Autónoma
Metropolitana, 1992.
SPIVAK, Gayatri Chakravorty. ¿Puede hablar el
sublaterno?. Buenos Aires: El cuenco de
plata, 2011.
Vega,
Juan José. Micaela Bastidas y las heroínas
tupamaristas.
Lima: La Cantuta, 1972.
VILLANUEVA URTEAGA, Horacio. Cuzco 1689.
Documentos. Economía y sociedad en el sur andino.
Cusco: Centro de Estudios Regionales Andinos
Bartolomé de Las Casas, 1982.
Edgar Montiel. El poder de la
cultura. México, 2010, p. 19.
Más
“del 50 por ciento de las tropas de
Bolívar y San Martín estuvieron
integradas por negros y mulatos”.
Manuel R. Moreno
Fraginals. “La abolición de la
esclavitud”. La construcción de las
naciones latinoamericanas, 1820-1870.
Tomo VI, UNESCO, 2010, p. 481.
Paula Barros.
Exclusión Social y Pobreza: Implicancias
de un
nuevo enfoque.
Santiago, 1996, pp. 89-113.
Gayatri Chakravorty Spivak. ¿Puede
hablar el subalterno?. Buenos Aires,
2011, p. 80.
Joan W. Scott. “El
problema de la invisibilidad".
Género e Historia.
México, 1992, p. 54.
Fabelo Corzo. “La ruptura cosmovisiva de
1492 y el nacimiento del discurso
eurocéntrico”. Graffylia. Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, 2007,
p.79.
Cássio Knapp. “Política
educacional para a educação escolar
indígena”.
Temas sobre
género
e interculturalidade.
UFGD, 2010, p. 81.
Silvia Rodríguez Villamil. “Mujeres
uruguayas a fines del siglo XIX: ¿Cómo
hacer su historia?". Boletín
Americanista, 1992-93, p. 76.
Norman Meiklejohn. La Iglesia y los
Lupaqas de Chucuito durante la colonia.
Cusco, 1988, p. 32.
Horacio Villanueva
Urteaga. Cuzco 1689. Documentos.
Economía y sociedad en el sur andino.
Cusco, 1982.
Scarlett O’phelan, La gran rebelión
de los Andes. De Túpac Amaru a Túpac
Catari. Lima, 1995, p. 20.
Pablo Macera – Enrique Casanto. El
poder libre Asháninca. Lima, 2009,
p.9.
Catherine Davies. South American
Independence. Gender, Politics, Text.
UK, 2006, p. 134.
Irene Silverblatt. Luna, Sol y
Brujas. Género y clases en los Andes
prehispánicos y coloniales. Cusco,
1990, p. 172.
La Rebelión.
CDIP, Lima, 1971, Tomo II, Volumen 2°,
p. 302.
Los protocolos judiciales están en el
Archivo General de las Indias en
Sevilla, legajo 32 y 33 de la Audiencia
de Cusco. Fueron publicados con el
título: Los procesos a Tupac Amaru y
sus compañeros, en la serie
Colección documental del Bicentenario de
la Revolución emancipadora de Tupac
Amaru (1981 y 1982).
Bohumír Roedl, “Causa Tupa Amaro.
El proceso a los tupamaros en
Cuzco, abril-julio de 1781”, Revista
Andina, 2000.
La Rebelión.
CDIP, Lima, 1971, Tomo II, Volumen 2°,
p.710.
Ese día también fueron ejecutados: Pedro
Mendigure, Francisco Torres, Gregorio
Enríquez, Pedro Mamani, Isidro Puma,
Miguel Mesa, Diego Berdejo, Miguel Anco,
José Amaro.
Clemente R. Markham.
José Bonilla. La
revolución de Tupac Amaru. Lima,
1971,
p. 175.
Mariselle Meléndez. “La ejecución como
espectáculo público: Micaela Bastidas y
la insurrección de Tupac Amaru,
1780-81”, Salamanca, 2003, pp. 767 -
769.
Testimonios,
Cartas y manifiestos indígenas (desde la
conquista hasta comienzos del siglo XX).
Caracas, 2006,
pp. 254-255.
José María Antepara.
Miranda y la emancipación suramericana.
Caracas, 2009, p. XI.
La Rebelión, CDIP, Lima, 1971, Tomo II,
Volumen 3°, pp. 518-519.
Alicia Poderti. “Mujeres en rebelión:
Estrategias de resistencia femenina en
la sublevación de Tupac Amaru”, Suecia,
1998, pp. 151-152.
Pablo Solón. Bartolina
Sisa. Potosí, 1999, p. 7.
La Rebelión.
CDIP,
Lima, 1971, Tomo II,
Volumen 2°, p. 17.
Jean Pierre Clement.
“La
opinión de la corona española sobre la
rebelión de Tupac Amaru”. Acta Literaria
Academiae Scientiarum Hungaricae Tomus
23, 1981, pp. 325-334.
La Rebelión.
CDIP, Lima, 1971, Tomo II, Volumen 1°,
p. 145.
La Rebelión.
CDIP, Lima, 1971, Tomo II, Volumen 3°,
pp. 890-891.